jueves, 28 de abril de 2011

POLA DE ALLANDE-LA MESA, EL CLÍMAX DEL PAISAJE PESE AL PALO DEL PUERTO

Nada, que pese a ver el partido o charlar de cositas la noche anterior, que como ya dijimos hubo dos grupos, fuimos quienes de estar desayunados y listos a las 9.15 para hacer la foto de rigor a la entrada de la Fonda que, como se ve, estaba justo enfrente del ayuntamiento. Bueno, salvo Ogadenia, que optó por esperar a Paco y Marien, que llegaban por la tarde, y poner fin a la andaina por esta vez.

 La silueta de la etapa prometía, sí, prometía… un día duro, pero en nuestro disco ídem almacenamos otra cosa: sin duda la jornada con los paisajes más de cuento que harían emocionar a la propia Heidi. Además, el no tener que cargar con las mochilas en toda la jornada nos hizo sentirnos especialmente eufóricos, a la par que ligeros. De lo primero, de las cuestas, pues eso, que nada más salir empezamos un ascenso de unos ocho kilómetros para alcanzar la cota del Puerto del Palo (1.147 metros) partiendo de los 674 de altura de Pola de Allande, pero luego hablaremos de éso.



Al poco de iniciar la marcha empezaron las imágenes bucólicas y para muestra estas vacas con sus terneritos. La verdad es que, viéndolos, no te explicas cómo podemos comernos los chuletones tan felices....

Después unos kilómetros bordeando una ladera con un riachuelo al fondo, bosques, senderos, prados y soledad casi absoluta. En algún momento los más avispados descubrieron por qué tiene sus riesgos beber agua de campo que parece cristalina, especialmente donde hay mucha granja de animales. Más de una vez detectamos que los purines que salían de alguna explotación casera pasaban por delante de nuestras narices y por la ladera enfilaban decididos el regato que siempre se encuentra en la parte inferior. Instructivo.

Al cabo de un rato los de cabeza optaron por parar, más que nada por reagruparnos y sobre todo para disfrutar de un enclave de difícil descripción aunque para eso están las fotografías.
Aunque quizás se aprecia más en esta sin gente.

A partir de aquí el ascenso se complicó más, pero empezaron a escasear los árboles y el horizonte se disparó hasta donde la vista se perdía con los paseantes en larga fila en medio de una gigantesca ladera de brezo.

Tras una escalada un tanto montañera, de fuerte pendiente, coronamos el Puerto del Palo, cada uno como pudo. Todos sin duda con un poco de agobio en el último tramo,

Aunque algún tolillo hizo la típica exhibición tratando de encontrar un hueco en el telediario peregrino.
Aunque las caras de Victor y Jaime eran más reales.

Como suele ocurrir en la vida real, lo que es susceptible de empeorar, empeora. Piábamos por llegar a la cumbre y lo más jorobado vino después: un fuerte descenso por un endiablado caminejo lleno de piedras sueltas que nos obligaba a andar despacio, con la máxima atención y forzando rodillas y músculos. A cambio, seguían las vistas de cumbres por encima de los mil metros casi todas peladas.

Tras otro buen trote llegamos a Montefurado, una aldea pequeñísima en la que, al parecer sólo vive un vecino. Después supimos de que no le gustan mucho los peregrinos. Supuestamente le han provocado problemas con su ganado y los evita, cosa que comprobamos, pero desde luego tiene un problema viviendo en el mismo camino.

Teníamos curiosidad, pero la justa. Lo principal era descansar tumbados al sol que ni mucho menos calentaba, una temperatura ideal.
Como de costumbre, hubo modos y maneras variados para enfocar la recuperación

Pero todos, sin excepción, disfrutamos del momento "escachifle" a tope.

Estábamos ya en las horas centrales del día y empezamos a pensar en lo que siempre se piensa. Sin embargo, tuvimos que andar un buen rato para localizar Casa Serafín, un bar que da comidas en Lago, junto a una carretera, en lo que viene a ser un núcleo creo que con cinco vecinos.

De entrada la cosa no fue bien. Tenía a varios obreros comiendo, lo que le impedía hacernos una tortilla («la cocina está ocupada», era el latiguillo) pero poco a poco conseguimos fiambres («¡Ay la cecina asturiana!») y queso, que junto con cerveza y unas botellas de Marqués de Cáceres y unos helados de postre nos situaron a las puertas de la gloria.
Aquí coincidimos con un grupo de cuatro peregrinos con los que cruzamos intermitentemente. Un padre con su hija, catalanes, y dos tinerfeños. Obviamente, salió a relucir el partido del día anterior.

A partir de aquí aumentó la temperatura y llegó la parte menos interesante del día, pero desde luego la jornada estaba ya amortizada. Pese a ello cruzamos unos pinares espléndidos y a unos kilómetros de la meta, en Berducedo, Jaime decidió plantarse. Sus molestias iban a más y no quiso flagelarse sin sentido.
 

Desde este pueblo hasta La Mesa el paisaje mejoró, apareciendo otra vez las montañas verdes con prados y vacas aunque acabamos la jornada con varios kilómetros de asfalto y bajo el sol.

En el punto final habíamos quedado con dos taxistas. La Mesa, que es uno de los extremos de Grandas de Salime, es muy pequeño, una veintena de personas y un puñado de casas desperdigadas. Hay un albergue de muy pocas plazas, por lo que optamos por regresar a Pola de Allande y al día siguiente invertir el sistema para retomar el camino en el mismo punto.

En un pradito con flores, bajos unos árboles y al lado de una ermita nos sentamos/tumbamos/retozamos para esperar a los taxistas, en lo que creíamos que serían unos minutos.

Desgraciadamente, fue más de una hora debido al pinchazo de una rueda de uno de los vehículos, pero eso fue todo.Hubo quien se echó una siesta de las buenas,que, tras el esfuerzo, resultó de lo más reparadora.


Retornamos a Pola y allí nos encontramos con Paco, un fijo que no ha podido serlo esta vez, y con Marien. Ambos se acercaron a cenar con nosotros, ir al día siguiente a la presa de Grandas de Salime y hacer después una excursión a Luarca para aparecer en Lugo en la cena final. Una vez duchados y relajados, charlamos de todo y disfrutamos de una buena velada en nuestra posada, con pudin de verdura y bolo de repollo relleno de carne y un estupendo arroz con leche de postre.

En el plano doméstico, aprovechamos el final de la velada para hacer entrega de la porra a nuestro campeón, Víctor, el palmero, una recaudación justamente merecida. Emocionado, decidió invertir parte de estas plusvalías en copas que igual de justamente nos merecíamos.

Previamente, nuestros Tip y Coll caseros, digo Jaime y Juanma, escenificaron su conocida parodia de la traducción al francés del acto de entrega, que tantos recuerdos nos trae del año anterior en Muxía. 

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