domingo, 24 de abril de 2011

OVIEDO-GRADO, POALLA Y ROMPEPIERNAS

Nos las prometíamos felices. Total, 21 kilómetros para abrir boca y aunque era subir y bajar, no parecía de especial dificultad. La realidad fue bien diferente. Todos terminamos muy cansados con un etapa dura y la sensación, la certeza incluso, de que habíamos hechos algunos kilómetros más. Jaime y Juanma de manera especial, que decidieron innovar y sumaron varios por aquello tan manido de no ver una señal en una intersección….
Como la cosa parecía sencilla, optamos por no madrugar, algo que se va convirtiendo en una costumbre. Pasadas las nueve de la mañana nos hicimos la foto de rigor en la puerta del hotel y gracias a la maquinita de Álvaro sin tener que depender de un paseante voluntario.


Esos 21 kilómetros oficiales no incluyen, sin duda, los 4 que más o menos empleamos en llegar al límite de Oviedo. Por el camino, hubo quien tuvo tiempo de recordar sus tiempos de infante en unos juegos desiertos a primera hora de un domingo.


Al llegar a campo abierto un cartel nos confirmó que debía de haber algún error en las distancias . En ese punto, como se ve en la imagen, se atribuyen a la etapa 23,6 kilómetros más los ya recorridos. Nada que ver con Mundicamino, de cuya paginita web nos acordamos más de una vez durante toda la semana. Da la impresión de que se han centrado en el Camino Francés y que el Primitivo lo han hecho de aquella manera.


Muy poco después el lobby coruñés sintió palpitar con fuerza su corazoncito localista, que bien sabido es que lo tienen y de gran tamaño. Ahí es nada que en una aldeilla casi pegada a Oviedo descubrieron la placa de una calle dedicada a un conocido alcalde franquista de su ciudad natal. Con pesadumbre leyeron una segunda línea en la que atribuye a este Alfonso Molina la profesión (o la actitud, vaya usted a saber) de cantante, de lo que dedujeron, para su sorpresa,  que al menos existen dos alfonsosmolina en el mundo que merecieron pasar a la posteridad con una rúa a su nombre.

A partir de aquí empezó el sube vereda-baja cuesta que no nos iba a abandonar en toda ls semana. El día estaba oscuro y nuestro Alfonso, que no tiene nada que ver con el Molina mencionado, insistía una y otra vez en que llegaría la poalla, pero la lluvia, ni suave ni de ninguna forma, hacía su aparición.

Disfrutamos a tope del paisaje en este primer día, aunque luego poco a poco nos fuimos acostumbrando a prados, montañas, bosques, ríos y demás.

Entre kilómetro y kilómetro hicimos alguna parada telegráfica que hubo quien aprovechó para resolver sus urgencias («momento margarita» lo bautizaron las horteras de las chicas) demasiado cerca de la cámara.

Igualmente, los aficionados a la fotografía se dejaron seducir por un espejo, que como todo el mundo sabe, es algo de una tremenda originalidad, pese a lo cual el resultado suele ser molón.

En medio de uno de los campos Jaime y Juanma, en la retaguardia, recibieron una llamada advirtiéndoles de que tanto retraso sólo podía suponer que se habían perdido. Ambos, con su experiencia, lo pusieron en duda pese a los datos recibidos. En su línea de sensatez (cabezonería pensarán otros/as) descendieron una cuasivertical cuesta de unos dos kilómetros sin indicación alguna. Abajo, el camino se bifurcaba y seguía sin aparecer el símbolo del camino. No tuvieron otra alternativa que subir la empinada carretera con la lengua fuera dando marcha atrás hasta encontrar la senda verdadera. Para mayor escarnio, la señal que no vieron era de gran tamaño, por lo que sospecharon que alguien tuvo que ocultarlo. Al poco le apareció a Jaime una traicionera ampolla en el talón que se iba a convertir en su cruz durante toda la semana. Y es que las desgracias nunca vienen solas.

Los fotógrafos, por su parte, inmortalizaron uno de los cientos de hórreos asturianos que veríamos. Su nombre aquí es el de panera, por motivos fáciles de imaginar.


Desde un rato antes la anunciada poalla ya era nuestra compañera, y se convertiría en inseparable el resto de la jornada. La mayoría hubiera preferido que pasara de largo, pero hubo quien, en silencio, exhibió una sonrisa del tipo «ya os lo decía yo, incrédulos».


Todos llegamos a Grado francamente cansados, mucho, especialmente los dos últimos, que lo hicieron una hora después que los demás. Para mayor inri, el pueblo era más grande de lo previsto, por supuesto en cuesta, y el Auto Bar, nuestro hostal, estaba al extremo contrario, como ocurre con el dicho de la tostada cuando cae al suelo.


Antes de cenar algunos se fueron a dar una vuelta por el pueblo, que a finales del siglo XIX era casi una ciudad y tenía, entonces, más habitantes que Vigo. Quedan todavía algunos vestigios de interés y atractivas casas de indianos.

A la hora prevista tomamos una cena reponedora compuesta de sopa de marisco, cordero y tarta, que no estuvo mal. El Auto Bar es un hostal discreto pero lo atiende gente amable. La retrasamos un poco a la espera de los canarios, Ogadenia y Víctor, que no aparecieron hasta después de la diez por problemas con el transporte y cenados. Al contrario, Susana y Montse estaban a media tarde en el hostal, con lo que se completó el grupo, dispuestos ya a afrontar todos juntos la siguiente etapa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Mira o que che digo....