lunes, 25 de abril de 2011

GRADO-SALAS, LA ASTURIAS PROFUNDA

Salimos prevenidos. Anunciaba la guía 22 kilómetros, un trayecto asumible, y visto lo de ayer nos temíamos otra encerrona. No fue así, pero empezamos a darnos cuenta de que con la orografía del interior asturiano no hay etapa sencilla. Por tanto, algo más suave, sin duda, pero empleamos más tiempo del previsto y ni decir que hubo cuestas empinadas cada poco que en ocasiones provocaban sensación de agobio. Al margen de la mayor o menor dificultad, disfrutamos de un día excepcional (adiós a la lluvia) con sol, ausencia de calor y pueblos y paisajes atractivos.
Antes de salir cumplimos con el rito de cada 25 de abril, una fecha en la que con relativa frecuencia estamos en el Camino. Ese día nuestro gran hombre, y no solo por el tamaño, acostumbra a cumplir años y procuramos que no se nos olvide. Tanto es así que teníamos previsto un regalito y hubo quien se preocupó la tarde anterior de gestionar unas velas con dos números,un tres y un cinco, que colocamos sobre una especie de bizcocho para que soplara. A los curiosos les advierto que el orden en el que se colocaron ambos números no se va a hacer público, pertenece a las interioridades de Jaime el Grande y en general de todo el grupo. Lo que sí esperamos es que desde su regreso haga sus entrenamientos en la piscina con ese aparatito guay que permite escuchar música mientras se nada y pueda derrotar a su vecino en la travesía a nado del verano en la ría de Vigo de la que él y alguna más del grupo son habituales.
Pues eso, que salimos y animados, especialmente los cuatro recién llegados, a los que se ve en esta imagen. Claro, frescos como una lechuga fresca, pero les iba a durar poco.

En las primeras horas de la mañana salimos un poco abrigados pero sin riesgo de lluvias.

Ni que decir tiene que la población vacuna de la comunidad, en la que despertamos bastante curiosidad, seguía en alza en medio de paisajes de cuento.

En Cornellana encontramos a la entrada de un albergue este curioso indicador de distancias que casi puede hacer competencia a San Google, un santo popular que espera una próxima canonización.


Las imágenes bucólicas del paisaje interior asturiano se combinaban en ocasiones con animales domésticos en estado de clara relajación, aunque lo habitual era encontrar perros atados con cadenas, más o menos largas, neurotizados por una vida entera sin poder dar una carrera. Nos daba mucha pena, pero era una imagen continua. No era el caso de esta preciosa perra, suelta en una gran finca, que,fotogénica ella, se asomaba por entre  la verja para conseguir una caricia.
En la siguiente foto, se refleja una aldea, San Marciellu, particularmente atractiva, con el campanario asomando en medio de manzanos. Ay, la sidrina!
 

Aunque la lluvia nos había abandonado, la humedad era elevada y el agua corría en los  prados con abundancia. Además, atravesamos zonas de barrizal entre las fincas producto de las pezuñas de las vacas, y los caracoles de esta señal, que se habían juntado a toque de rebato, confirman la abundancia de agua. Juramos que estaban allí, nosotros no los colocamos, de verdad.

Siguiendo por una zona de bosques y todavía más agua llegamos al pueblo de Doriga, donde vislumbramos una gran construcción que luegos supimos que fue un palacio construido entre los siglos XIV y XVI.
Cuenta con un gran portalón de acceso y lo rodea un parque-jardín con árboles centenarios. No había nadie y nos permitimos dar unas vueltas observando de reojo a un perro de gran tamaño alguno de cuyos antecesores lejano debió ser un pastor alemán. Ladraba desde la puerta sin muchas ganas mientras merodeábamos por allí, y al final optó por empujarla, lo que logró, y entrar dentro.


La salida del pueblo fue, como no, una cuesta y Ogadenia, en el centro, una adquisición reciente , la disfrutó con el desparapajo de los novatos, y los demás más o menos lo mismo.


En Cornellana, pueblo importante, hicimos una parada larga, para reponer las fuerzas que quizás habíamos gastado. Pusimos más interés en esta reposición que en el esfuerzo y nos zampamos un monumental bocata de pepito rebozado que nos supo a gloria. Dijeron en el bar, una especie de casino de pueblo grande, que era la especialidad.

A la salida cruzamos el río Nonaya (o quizás el Narcea, porque allí confluyen los dos), sin duda salmonero ya que unos días después se iba a celebrar el día del salmón para pescar el Campanu del año. De vuelta a casa vimos por la tele que lo habían cogido en la vecina Salas, aunque no recuerdo el peso ni los miles de euros, varios, que se pagaron por el ejemplar.
Al otro lado del río se encuentra el monasterio de San Salvador de Cornellana fundado por la infanta Cristina, hija del rey Bermudo II de León (¿os acordáis del santo del que os hablé antes?) que cuenta con una larga historia y está clarísimamente deteriorado. Entramos dentro sin problemas y junto al claustro estaban instalando los puestos para la fiesta del salmón del domingo siguiente. Evidentemente, precisa una inversión millonaria para su recuperación.
Alvaro, uno de los fotógrafos de plantilla, que acarreó todo el camino más de un kilo de cámara , posa , al menos por una vez, junto al río a la entrada de Cornellana.

En fin, vuelta a la senda
a las cuestas,

En un alto del camino, tras una cuesta más pero de una pendiente rabiosamente apuntada, hubo quien quiso hacer un alarde de sus dotes mitineras mientras otros cuestionaban el impulso infantilón de subirse a un camión. Pese a todo, el interesado estaba de lo más a gusto. Junto al camión-podio mitinero había maquinaria pesada y material con meses de desuso de las obras de una carretera junto a cuyo trazado discurrieron varias etapas.


A partir de aquí salió el sol un buen rato y los paseantes lo acusaron en un largo trecho sin árboles. Por eso buscamos refugio a la sombra en un área con fuente y mesa. Fue reparador.


Y todavía alguna parada más, esta vez en la barandilla de piedra del puente de Casazorrina, nombre que, como no podía ser de otra forma, nos hizo gracia.

Quedaba un último esfuerzo a Salas y lo hicimos. Al llegar se estaba celebrando una feria ganadera en la que las vacas hacían el paseíllo posando como modelos.
El pueblo nos sorprendió pues es antiguo, tiene historia y un evidente pasado señorial. Tras instalarnos dimos unas vueltas


Y lo recorrimos. En el bar que esta junto al arco, La Luciana, nombre de la antigua propietaria, desayunaríamos al día siguiente.
En nuestra tarde por Salas, tras instalarnos en el hostal Soto, discreto, conviene detenernos. Por azar entramos en una tasca de lo más vetusta (podría hasta calificarse de cutre), de nombre La Petisa. Charlamos con la señora, de edad, que la regenta en solitario ya que murió su marido, desde hace sesenta años. Es casi un garaje reconvertido y techo muy alto, con calendarios de mujeres desnudas en las paredes, grandes posters del Che y cosas por el estilo. Tomamos unas botellas de sidra, a muy buen precio, y disfrutamos con la señora. El nombre del local, que se extinguirá pues sus dos hijos viven fuera, proviene de su marido, a cuya familia llamaban Los petisos.
De aquí fuimos a la plaza y tomamos unas tapas en una terraza, pese al fresco. Allí  Jaime pegó la hebra con el dueño de una zapatería. Para comprarse unos calcetines (¡esa puñetera ampolla!) se enrolló con el señor y nos lo trajo para que lo compartiéramos. Era un entendido y como curiosidad traía un zapatón del número 50. Nos ilustró sobre las características de zapatos y calcetines y llegamos a la conclusión de que del tema sabía un montón. En medio recibimos una llamada de Paco. Es evidente que no se ha olvidado de nosotros, pero quizás ignora que lo mismo nos ocurre a nosotros con él: lo hemos tenido presente a diario.
Y de aquí, a la cena en Casa Pachón. Fue uno de los momentos cumbres de la semana. Dos del grupo habían ido a negociarla, con este resultado: «Tenemos, sopa, judias, revuelto, carne…». «Vale, pues venimos y nos dice». 
Pero no, no dijeron. Nos sentamos, nos pusieron un Rioja aceptable (en la mayoría de los sitios no tenía procedencia y fueron peores, salvo elección concreta, claro) y empezó el banquete: Sopa (y con perolo para repetir sin límite, como en todos los platos), luego unas lentejas finas muy bien guisadas, de tercero ensaladas a tuti plen y, CUARTO PLATO, un guiso tipo ensalada templada de judías verdes con patata, tomate frito, muy rico. No dábamos crédito. Después un revuelto de pimientos cuando ya estábamos a reventar y en esas la señora, una excelente cocinera, de verdad, y su hijo, de gran amabilidad, nos suelta lo siguiente: «Y ahora lo que queráis, escalope de carne o pescado». La respuesta fue unánime: «¡Imposible comer nada más!». Claro está, no pudimos resistirnos a un arroz con leche en su patria natal, Asturias, al que tampoco nos resistimos en otros muchos sitios, pero éste fue el mejor. 

En otras palabras, esperábamos que de lo ofrecido nos preguntara para tomar un par de platos cada uno, pero no: de todo para todos. Sorprendente. Y la siguiente sorpresa nos hizo alucinar: 12 euros por persona. Pues eso, dejamos el enlace y lo recomendamos calurosamente. Ni que decir tiene que dormimos como niños. En la misma página web hay unas fotos que nos hizo Quico a todo el grupo con su madre ¡Gran cocinera, sin duda!.

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