Lo prometido es deuda. El año pasado acabamos en A Fonsagrada y en cuanto hemos podido, los que hemos podido, aquí estamos para concluir el Primitivo, bueno, para hacer dos etapas hasta Lugo y dejar para próximas semanas las dos restantes hasta Melide y concluir este camino.
Llegamos el día anterior en bus desde Lugo seis de la panda: Feli, Alfonso, Porota, Mariajo, Ana y Juanma, y esa noche se nos uniría Irache para hacer la del domingo. Dormimos en el hostal Cantábrico, limpio y calentito, lo cual agradecimos, ya que los marzos de A Fonsagrada no son cualquiera cosa. Raboneamos un poco durante la noche por el pueblo y localizamos la tasca donde comimos en abril pasado. El dueño se acordaba de nosotros y repetimos el caldo.
9:30 del 3 de marzo de 2012. Empezamos a andar, y no pudimos hacerlo con mejor pie. Ahí va el minidiálogo.
- (Alfonso). «¿E logo, veñe vostede moito a Fonsagrada a mercar?».
- (Señora). «Cando veño, sí».
Ahí es nada la cambiada que Lidia Fernández Neira, 73 tacos, la señora de la foto, le dió a Alfonso. Se nos apareció a la salida del pueblo y nos acompañó, con su carrito de la compra, hasta Padrón, a un par de kilómetros, donde vive. Tenía ganas de hablar y nos relató parte de su historia y la de sus tres hijos, una de ellas profe y la otra veterinaria que ha ocupado un cargo en Lugo, y otro que es ingeniero.
La charla con Lidia nos dio tema de conversación para los primeros kilómetros en un dia gris que amenazaba lluvia, que durante el día cayó en ocasiones pero muy suavemente. El sol lo vimos un poco y lo mismo ocurriría al día siguiente.
El paisaje fue muy agradable: media montaña, prados y veríamos muchos bosques, principalmente carballo, algunos abedules y también acebos.
Obviamente, también pinos pero muy poco eucalipto, por suerte.
Vacas también bastantes, es Lugo, y éstas dos nos recordaron a sus primas de Asturias del año pasado que son la imagen del blog.También esta capillita tenía un aire a otra del año pasado que retratamos en el blog, íbamos con la sensación de un cierto «deja-vu»
En un momento del camino nos encontramos a un rapaz que plantaba eucalipto en un área donde había pinos. El chico, del campo, lo justificó diciendo que crecían rápido, el que más, y ante eso no había otro argumento. A la hora de terminar la charla le preguntamos si quedaba mucho para Paradavella. Su respuesta le hubiera encantado a Lidia.
- «Aínda lles queda un pedazo».
Y punto. Margen de error, inexistente. Pero claro, nosotros queríamos una respuesta más concreta y vulgar, y al final nos habló de media hora y fue tal cual. Antes nos habló de las ruinas de un hospital por las que echamos un vistazo, y que parecía un antiguo albergue de enorme tamaño. No había ningún cartel .
Y poco después llegamos a Paradavella, donde nuestro gozo naufragó abruptamente en un pozo. Dice la guía (¡ay Mundicamino, como nos machacas!) que allí se encuentra Casa Villar «donde ofrece todo lo que puede a los peregrinos, además de amabilidad y simpatía». Junto con esta carta de presentación un dato crucial: es la única parada posible para reponer fuerzas antes de Cádavo, para donde todavía quedaban 16,5 kilómetros y el temible Alto de A Lastra. Pero llegamos y la casa estaba cerrada, llamamos, dimos vueltas, nos acongojamos (además medio llovía) y al final descubrimos que salía humo de la chimenea. Reiteramos nuestras llamadas y al final abrieron.
Además de reponer fuerzas, descubrimos que hay actividades y habilidades con las que nadie cuenta, pero ahí están. Lo que veís, foto superior e inferior, es la mano de José Manuel Portela, el hijo de la dueña, que se dedica a formar a cafeteros (el que hace el café en un bar) además de venderles el producto de Cafés Candelas.
Viaja por casi toda España, reparte el producto y les da instruccione para prepararlo. Ante nuestra sorpresa, nos hizo algunas demostraciones y nos regaló conocimientos básicos sobre cafés, por qué el torrefacto no es bueno y otros detalles. El que quiera, ya sabe, a Casa Villar.
Ah! y el motivo de no abrirnos era de peso: se habían acostado a las cuatro de la mañana trabajando en el local y estaban esperando un autobús de Lugo con gente de Correos para comerse un cocido. Pero finalmente nos atendieron y fueron tan amables como indica la guía, tanto José Manuel, su novia, Laura , y su madre y alma mater del negocio Obdulia .
Y vuelta de nuevo a los bosques y al paseo, que para éso estábamos allí.
Y por fin, el momento, pero de nuevo la guía, esta vez afortunadamente, no acertó. Habla de una durísima subida de siete kilómetros a A Lastra, y dura sí que es, y mucho, pero de menos distancia, o al menos éso nos pareció, pero la sudada fue de las gordas.
Hubo quien necesitó un poyete del camino para sujetar el cuerpo, pero ya era casi arriba del todo.
Esto es la entrada de A Lastra, donde suponíamos, incautos, que había terminado la subida, pero, como diría el chaval de Montouto, ainda nos quedaba un pedazo....
Tuvimos una sorpresa en A Fontaneira, donde apareció un local en el que no servían caldo (¡pena! era lo que nos apetecía) pero repetimos con el fiambre y descansamos un rato al lado de una chimenea de lujo.
Ya cerca de Cádavo descubrimos una de esas imágenes inentendibles. Un sofá todavía servible tirado frente a una finca vallada en medio de la nada. Increíble.Jalisia style.
Y a media tarde, entrando en Cádavo, nuestra portavoz para determinado tipo de relaciones sociales (creo que las llaman así) se entretuvo con un paisano por aquello de pegar la hebra. Quizás le recordó a Serafín (un antiguo conocimiento de Porota en el Camino, que suele ser muy nombrado) y un aire si que tienen.
Y con Cádavo al fondo la foto sorprendente del día: ante la cámara Feli decidió darse a la carrera, Mariajo optó por hacer la bajada del revés, marcha atrás y Ana la secundó.
Y en el pueblo, lo de siempre, descanso, paseito (pequeño, no había nada que ver, es todo nuevo) partida de cartas y un rato del partido del Celta, que ganó 1-2 creo que al Almería. Después llegaron Quique e Irache, cenamos todos unas minitruchas ricas y a dormir, que al día siguiente tocaba continuar.